En un año, el nuevo rey de Arabia Saudita, Salman,
hijo número 25 del fundador de ladinastía Saud, ha logrado consolidar
su autoridad personal en detrimento de las demás ramas de la familia
real, como el clan del príncipe Bandar ben Sultan y el del ex rey
Abdallah. Pero no se sabe lo que Washington puede haber prometido a los
perdedores para que no traten de recuperar el poder que han perdido. En
todo caso, una serie de cartas anónimas publicadas en la prensa
británica hacen pensar que estos miembros de la familia real saudita
no han renunciado a sus ambiciones.
Después de haberse visto obligado por sus hermanos a nombrar al
príncipe Mohamad ben Nayef como próximo heredero, el rey Salman
rápidamente lo aisló y limitó sus competencias, favoreciendo con ello a
su propio hijo, el príncipe Mohammed ben Salman, cuyo carácter impulsivo
y brutal no ha podido ser compensado por el Consejo de Familia –que ya
no se reúne. De hecho, el príncipe ben Salman y su padre el rey son
quienes están gobernando el reino, solos, como autócratas, sin ninguna
forma de contrapoder en un país donde nunca se ha elegido un parlamento y
los partidos políticos están prohibidos.
Así se ha podido ver al príncipe Mohammed ben Salman asumir la
presidencia del Consejo de Asuntos Económicos y Desarrollo, imponer una
nueva dirección al Ben Laden Group y apoderarse de Aramco.
En todos los casos, su objetivo ha sido marginar a sus primos y poner a
sus propios hombres de confianza a la cabeza de las grandes empresas
del reino.
En el plano interno, el régimen saudita se apoya solamente en la
mitad de la población sunnita o wahabita, mientras que discrimina a la
otra mitad de la población. El príncipe Mohammed ben Salman aconsejó a
su padre ordenar la decapitación del jeque Nimr Baqir al-Nimr porque
este último había osado desafiarlo.
Dicho de otra manera, el Estado condenó a muerte y ejecutó
al principal jefe de su oposición, cuyo único crimen era haber formulado
y repetido la consigna: «El despotismo es ilegítimo.» El hecho
que ese líder fuese un jeque chiita refuerza inevitablemente
la impresión que tienen los no sunnitas de vivir bajo un apartheid,
ya que se les prohíbe la educación religiosa y se les prohíbe el acceso a
cualquier empleo en el sector público. En cuanto a los no musulmanes,
que son un tercio de la población saudita, no están autorizados a
ejercer su religion y ni siquiera tienen acceso a la nacionalidad
saudita.
En el plano internacional, el príncipe Mohammed y su padre aplican
una política basada en las tribus beduinas del reino. Sólo así se
explican simultáneamente el financiamiento saudita a los talibanes
afganos y a la Corriente del Futuro libanesa, la represión contra la
revolución en Bahréin, el apoyo a los yihadistas en Siria y en Irak y
la invasión de Yemen. Los Saud siempre apoyan grupos sunnitas, a los que
consideran más cercanos al wahabismo que esa familia impone como
religión estatal en Arabia Saudita. Pero los apoyan no sólo contra los
chiitas duodecimanos sino, en primer lugar, en contra de los sunnitas
ilustrados y también en contra de todas las demás religiones
(ismaelitas, zaiditas, alevitas, alauitas, drusos, sijs, católicos,
ortodoxos, sabateos, yazidíes, zoroastrianos, hindúes, etc.). Y lo
más importante es que, en todos los casos, apoyan única y exclusivamente
a los líderes provenientes de las grandes tribus sunnitas sauditas.
Es también importante señalar, de paso, que la ejecución del jeque
al-Nimr tiene lugar inmediatamente después del anuncio de la creación de
una amplia coalición antiterrorista de 34 Estados musulmanes alrededor
de Riad. Cuando se sabe que el ejecutado, que siempre rechazó recurrir a
la violencia, había sido condenado a muerte por «terrorismo»,
el mensaje que se desprende de su ejecución es que dicha coalición
en realidad es una alianza sunnita contra las demás religiones.
El príncipe Mohammed decidió iniciar la guerra en Yemen,
supuestamente para prestar ayuda al presidente Abd Rabbo Mansur Hadi
–derrocado por una alianza entre los rebeldes huthis y el ejército del
ex presidente Ali Abdallah Saleh– y en realidad para apoderarse de los
yacimientos yemenitas de petróleo y explotarlos junto a Israel. Como era
previsible, esa guerra no está dando los resultados que esperaba el
príncipe y los rebeldes están incursionando en suelo saudita, donde
el ejército del reino huye despavorido, incluso abandonando
su armamento.
Arabia Saudita es, por consiguiente, el único país del mundo que es
propiedad personal de un solo hombre, gobernado por ese autócrata y
su hijo, que rechaza todo debate ideológico, no tolera ninguna forma de
oposición y no acepta otra cosa que el vasallaje tribal. Estas
características, por mucho tiempo consideradas residuos del pasado
llamados a adaptarse al mundo moderno, se han enquistado al extremo de
convertirse en la identidad misma de un reino anacrónico.
La caída de la casa Saud podría verse provocada por el desplome de
los precios del petróleo. Incapaz de rediseñar su tren de vida, el reino
se endeuda a toda velocidad y, según los analistas financieros, tendría
que enfrentar la bancarrota de aquí a dos años. La venta parcial de
Aramco podría prolongar la agonía, pero tendrá como consecuencia una
pérdida de autonomía.
La decapitación del jeque al-Nimr ha resultado el capricho que
desborda la copa. La caída se ha vuelto inevitable en Arabia Saudita
porque quienes allí viven carecen ahora de toda esperanza. Como
resultado, el país enfrentará una mezcla de revueltas tribales y de
revoluciones sociales que resultará mucho más mortífera que los
conflictos que hasta ahora han sacudido el Medio Oriente.
Lejos de oponerse a este trágico fin, los protectores estadounidenses
del reino lo esperan impacientes. Y si no dejan de celebrar la «sabiduría»
del príncipe Mohammed, en realidad lo hacen para estimularlo a seguir
cometiendo errores. Ya en septiembre de 2001, el Estado Mayor Conjunto
estadounidense trabajaba en un mapa de rediseño del «Medio Oriente ampliado»
que preveía el desmembramiento del reino en cinco Estados. Y en junio
de 2002, durante una célebre reunión del Defense Policy Board,
Washington estudiaba cómo deshacerse de los Saud, algo que ahora es sólo
una cuestión de tiempo.
(*) Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la
conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se
publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa.